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Comunicación audiovisual, Ciber/Hackfeminismo y TRIC para el desarrollo | Marta García Terán

Mañanas de puntos rojos

Día 1, 7 de la mañana

El locutor de la radio me lo recuerda, él y mis legañas vistas desde el retrovisor. Jamás me acostumbraré a madrugar. Las mañanas siempre han sido un reto para mí, entiendo que soy de esas personas que funcionan a partir de mediodía, pero la vida laboral impide unos horarios más adecuados para mi cuerpo.

Como de costumbre una larga fila de coches no me permite ir a la velocidad que me gustaría. Cada mañana lo mismo, día tras día, una procesión de personas adormiladas y aferradas a un volante. Tres carriles de tráfico congestionado por la falta de flexibilidad laboral.

Miro a mi izquierda, en un carro azul una rubia de unos veintitantos bosteza mientras parece que sintoniza su radio.

Por el retrovisor observo a una pareja en el coche de detrás que avanza poco a poco en la caravana, sin dirigirse la palabra.

Miro a mi derecha, en un carro blanco un hombre de unos treintaicinco años busca oro en el orificio derecho de su nariz. Demasiado grotesco para estas horas de la mañana.

“Este mundo es terrible” pienso y observo al vacío. “Esto tiene que cambiar” y lo corroboro con una mirada a mí misma a través de los espejos.

Día 2, 7 de la mañana

El locutor me avisa de que son las 7am. Estoy nerviosa, ayer tuve una idea y no sé qué puede pasar. Sonrío a pesar de mis ganas de estar en la cama, en vez de en una larga fila de tres carriles avanzando pocos metros tras varios minutos.

Rebusco en mi bolso y ahí está, perfectamente redonda, perfectamente roja. Vuelvo a sonreír. Siento la gomaespuma en mi mano, la estrujo y la vuelvo a dejar volver a su ser.

Miro a la derecha, una camioneta de reparto manejada por un hombre de unos cuarenta años que fuma con nerviosismo.

Miro a la izquierda, un coche de autoescuela, al volante un joven de menos de veinte años junto a la profesora, una mujer de mediana edad que me mira casi con indignación. Supongo que a ella tampoco le gusta madrugar es mi oportunidad.

Dejo de estrujar mi nariz de payaso y la coloco en posición. Miro de nuevo a la izquierda, la profesora de autoescuela hace un gesto de incredulidad con los ojos bien abiertos y deja de mirarme. Reacción incorrecta. A la derecha la fila de coches avanza.

Mi gozo en un pozo.

Día 3. 7 y 5 de la mañana

Tengo mi esponjosa nariz de payaso puesta. Aprovecho cada metro adelantado para alardear de ella frente al resto de personas atrapadas en el tráfico matutino. Hago gestos circenses con mi cara. La mayoría deja de mirarme al instante en que se dan cuenta de mi performance, como si les diera vergüenza. Alguna que otra persona me sonríe e incluso levanta el dedo pulgar agradeciendo el guiño matutino a celebrar la vida. Al menos ahora ya no veo dedos rebuscando oro.

Día 8. 7 de la mañana

Bostezo mientras busco la gomaespuma roja, tarareo una canción irreconocible incluso para mí. Desde el experimento mis mañanas son distintas, las vivo con ganas. Recién ubicada mi nariz adelanto unos metros.

Sorpresa. A la izquierda veo un punto rojo. Un hombre de unos treinta años me saluda. Tiene una nariz de payaso puesta, como yo. A la derecha una mujer hace gestos a un niño de unos cinco años para que me mire. Comienzo a reír con ganas, el mundo es menos gris hoy.

Día 12. 7 y 15 de la mañana

Tengo la radio encendida, y la canción que suena me gusta, por lo que la voy cantando. Llevo puesta mi nariz roja desde que salí de casa. La gente por la calle me miraba raro, pero sinceramente me da igual, he aprendido a madrugar.

La fila avanza especialmente lenta hoy, pero no me concentro en eso, sino en varios puntos rojos que veo a mi alrededor. Parece que mi acción pro felicidad mañanera está calando. Después de días de miradas esquivas, ya hay gente que viste sus narices de payaso, se miran entre sí, nos miramos, nos sonreímos cómplices.

Día 18, 7 de la mañana

“Buenos días, son las 7 de la mañana” reza la radio “¿ya tiene usted su nariz de payaso?” Lo conseguí, pienso, el mundo es un poco menos terrible. A mi alrededor narices de payaso sobre sonrisas y pláticas. Algo ha cambiado con un simple punto rojo.

A la derecha un matrimonio de mediana edad parece discutir mientras a él se le cae la gomaespuma roja de la nariz, ella ríe.

A la izquierda una niña me señala y hace gestos a su propia nariz. Abro mi bolso y saco una nariz roja nueva, en su bolsa. Bajo la ventanilla y se la lanzo. La niña feliz se la pone.

Las mañanas ya no son tan horribles para mí, y poco me importa la falta de flexibilidad laboral, porque aunque el retrovisor delata mis legañas, también refleja mi sonrisa y la de muchas otras personas.

:o)

Cuento escrito el 26/06/2014

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Esta entrada fue publicada en 27 junio, 2014 por en Cuentos propios y etiquetada con , , , .

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Marta García Terán

Marta García Terán

Comunicóloga audiovisual. Bilbaina en Nicaragua. Proactiva, prosumidora, knowmad. (Ciber)feminista. Migrante y escribiente.

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