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Comunicación audiovisual, Ciber/Hackfeminismo y TRIC para el desarrollo | Marta García Terán

Un cuento de hadas

Chichil se movía con delicadeza entre las flores, dejándose acariciar por los pétalos de mil colores del Bosque Encantado. Ella cantaba, siempre y a todas horas. Era precisamente esta afición la que le obligaba a estar sola. Chichil no tenía una buena voz, y sin embargo disfrutaba desgañitándose de sol a sol, porque la felicidad es eso, hacer lo que a cada quien le hace sonreír.

Revoloteando llegó a un claro del Bosque Encantado, sabiendo que allí podría descansar un rato antes de dedicarse a las labores de hada, que no eran otras más que velar por la lozanía de vegetales y animales en ese paraíso en el que vivía.

Esa mañana estaba fresca, el rocío de la noche aún se podía ver sobre las hojas verdes. Chichil aprovechó para beber ese agua pura, pero de tan fría que estaba, su garganta se resintió.

Carraspeó al intentar seguir con su canción favorita. No consiguió “desentonar” como a ella le gustaba. Una lágrima rozó su mejilla izquierda y recorrió la comisura de sus labios, por primera vez marcando tristeza profunda.

Así pasó un rato, deprimida por no poder cantar, cuando balanceándose llegó a su lado un oso chupando miel de un panal y aún escoltado por algunas abejas. Al verla triste se sorprendió. “Chichil ¿qué te pasó para que tu sonrisa no resplandezca como de costumbre, haciéndonos olvidar que no tienes voz para cantar?”
Chichil se encogió de hombros y señaló con timidez unas hojas cercanas en las que todavía se miraban los brillos de las gotas de rocío. “Pobre Chichil, que perdió su voz por saciar su sed” dijo el oso y se quedó un rato mirándola fijamente, nervioso, porque él llegó hasta el claro sabiendo que ella estaría allí.

El calor comenzó a sentirse antes incluso de estar cerca del mediodía. Para el oso se sentía el doble, por el pelaje y por sus nervios. “Chichil, ummm, … yo vine hoy aquí para pedirte un deseo” Chichil negó con la cabeza, cómo iba ella a conceder deseos estando tan profundamente triste. “Pero necesito que acortes el verano, quiero que llegue el otoño para echarme a dormir, ya no aguanto estos calores del Bosque Encantado”. Chichil se encogió de hombros.

Ambos se quedaron en silencio durante largo rato, sintiendo la compañía del viento que agitaba las ramas de los árboles y removía los aromas de las flores en ese claro del Bosque Encantado. Algunas abejas libaban y esparcían la vida a su alrededor. Chichil tuvo una idea, sacó su varita y un, dos, tres, cambió el pelaje tosco del oso por uno más liviano. El oso abrió los ojos de par en par, sentía que el aire que se movía en el bosque por fin enfriaba su enorme cuerpo.

“Ja, ja, ja, ja” soltó una larga y sonora risotada y Chichil comenzó a sonreír también. El oso se acercó al hada y, agradecido, le ofreció un poco de miel. Chichil la degustó con ganas y al terminar pudo decir “gracias”.

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Abrió su boca con admiración y la tapó en seguida con su mano derecha. Su voz vibró en la garganta, ya sin dolor. “Ja, ja, ja, ja” sonó de nuevo la risa el oso y Chichil comenzó a entonar su canción favorita a la vez que se danzaba sobre los pétalos de las flores. El oso tapó sus oídos y se fue alejando fresco y liviano hacia los árboles del Bosque Encantado. Hizo una reverencia al hada por última vez, en agradecimiento, mientras con sus dedos taponaba sus oídos. A Chichil no le importó el gesto, porque ella volvía a cantar, y la felicidad es eso, hacer lo que a cada quien le hace feliz.

Cuento escrito el 03/07/2014 tras una petición de mi madre de escribir un cuento de hadas.

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Esta entrada fue publicada en 3 julio, 2014 por en Cuentos propios y etiquetada con , , , , , , .

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Marta García Terán

Marta García Terán

Comunicóloga audiovisual. Bilbaina en Nicaragua. Proactiva, prosumidora, knowmad. (Ciber)feminista. Migrante y escribiente.

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