Comunicación audiovisual, Ciber/Hackfeminismo y TRIC para el desarrollo | Marta García Terán
Que mi pelo bailara al viento tras mi cabeza era la mejor de las sensaciones que jamás sentí. Me solía agarrar bien a su cintura y cerraba los ojos. Me solía incomodar que él si llevara el casco, porque me parecía que así no podía sentir con plenitud la libertad del viento, la vida a flor de piel.
Vivíamos en un pueblo pequeño, sin tráfico. De haber fila era porque algún vendedor con carreta a caballo estaba varado en el camino vendiendo, por lo que la ilegalidad de la ausencia del casco se sentía como algo lejano, casi inexistente.
Pasábamos las tardes camino arriba, cuesta abajo, de un lado a otro, en la moto. Sin más que hacer, este era uno de nuestros dos placeres. El segundo, debido a nuestra juventud y curiosidad, era revolcarnos en algún prado y dejarnos llevar por la pasión.
Esa tarde disfrutada de mi pelo al viento, estrechando su cuerpo contra el mío zigzagueando por el pueblo. Esa tarde después de amarnos entre la hierba le convencí para que sintiera el viento en su cara. Esa tarde la carreta a caballo perdió un par de tornillos de su eje, lo que la detuvo bruscamente en una curva.
Nuestro pelo al viento, mis ojos cerrados, golpe inesperado en esa curva a la izquierda, un animal lamentándose y la mejor de las sensaciones que jamás sentí, como mi última sensación.
Cuento escrito el 01/07/2014